07 diciembre, 2010

Larga distancia

Voy a inventar una historia que no es inventada. Voy a contar de su voz de lejos que acaba de callar. Todo comienza con un teléfono sonando.

Por lo regular, cuando no conozco el número del que me llaman, no contesto el teléfono. A veces dudo. Hoy dudé. Y era una voz de mujer.

Uno puede mantener largas conversaciones telefónicas con perfectos desconocidos. A veces juego a tratar de reconocer quién me llama. Pierdo.

Pero su voz esdrújula me habla desde mí y ni siquiera tengo que reconocerla, es como si siempre estuviera en mis oídos, dormitando.

—Hola —dice—. Llueve mucho. 
Y los pájaros que cantan en esta ventana se quedan a escuchar cómo golpea el agua allá, entre una niebla espesa.

—Ya escuché —contesto y callo. Hablo de la lluvia que cae del otro lado de la línea. La imagino: mojada, la falda apretándole el culo.

Me cuenta que está en el peor lugar, en una glorieta. Los taxis no se detienen y se le moja la voz. Desde ahí me llama, desde la lluvia.

Húmeda, yo la sigo pensando húmeda. Los pezones duros, desafiando al vértigo, las gotas lentas resbalando entre las tetas y la falda pegada.

Los minutos se están persiguiendo para ir a morir debajo de esa niebla que no deja ver su cuerpo mojado.

—Me queda un minuto —me dice de pronto—, te voy a leer. 
—Se va a mojar el libro —digo. 
—Ya está todo mojado —replica y ríe—. Te voy a leer.

Comienza: «Ayer te besé en los labios». Escucho con los ojos cerrados e imagino las gotas aplastándose sobre la página mientras lee.

Escucho los versos sobre ese coro de gotas rotas contra el asfalto. Ojos cerrados y la sigo pensando húmeda en ese beso que me lee.

Y desde el libro mojado dice: «ya no es una carne ni una boca lo que beso, que se escapa, que me huye. No. Te estoy besando más lejos».

La voz a ti debida, un título de 1933, nunca tuvo más sentido que ahora, pienso, en esta lluvia que sólo moja de su lado de la línea.

—Quedan diez segundos —dice apresurada, con el libro abierto, lleno de palabras y lluvia y niebla. Y la piel fría. Toda ella es un adiós.

Pero antes de despedirse dice dos palabras demasiado ciertas que siempre sabe hacer sonar como si las inventara detrás de los labios.

Colgamos. Ya no escucho la lluvia ni su voz, que también sabe mojar. Otra vez la imagino húmeda, perdiéndose entre el cielo bajo de Xalapa.

Y vine, entonces, a inventar esta historia que no es inventada. Vine a contar de su voz de lejos que otra vez duerme. El teléfono no suena.

04 diciembre, 2010

Veinte postales para un sábado (o una sola)



1. Este sábado comenzó con prisa, casi queriendo ser viernes.


2. Salí de casa aún con noche y sueño. Y mucho frío.


3. Dar vueltas en círculos como ritual para comenzar a despertar, o como un juego de hipnosis para regresar sonámbulo de la vigilia al sueño.


4. Pero antes de salir te vi soñar del otro lado de la pantalla: la computadora encendida, tus ojos apagados.


5. Y vi el sol levantarse del otro lado de un estacionamiento, atrás de espectaculares con anuncios de vuelos, enfrente de un cielo nube polvo.


6. El sol también tenía frío. Despedía una luz floja y lenta.


7. Vemos los minutos pasar al ritmo en que la sombra se va retirando, como un ejército, como una nación que cede territorio.


8. Tres insomnes noche adentro se encaminan hacia el día sobre una pista de hielo gris asfalto.


9. Desayunamos pedazos de calor como si fueran los primeros alimentos del último día. Siempre hay una última vez.


10. Tazas de café entre las manos, como tres indigentes calentándose en torno a un bote con fuego. Escena tantas veces repetida en Hollywood.


11. Y somos tres findimundistas reunidos como una frase subordinada y larga pero sin comas o una conversación que puede ser leída como monólogo.


12. Una conversación puede girar en torno a una sola idea, tratar a una frase como figura geométrica.


13. Hablamos de poesía concreta y de poesía en general, de una colección de cuentos que es en realidad una novela de @.


14. Hablamos de @ y de @, de Bogotá y de Xalapa, ciudades que fuman y lloran. La distancia, esa palabra.


15. Hablamos de que las calles se recorren como cuerpos, pero más bien lo pensamos y no lo dijimos.


16. Hablamos de noches de no dormir, de los poemarios que a veces se escriben a las prisas, como deseando no morir.


17. Dije tu nombre tres, cuatro, diez veces.


18. Se dijo algo sobre el cansancio, de los días que es preciso pasar sobre la cama y no hacer nada diferente a tenernos.


19. Y fuimos de regreso, pero ahora con el sol sobre los ojos y un calor que quema a través del viento cansado que le ha dado una tregua al día.


20. Algunas otras cosas dijimos, pero esto ya te lo he contado.

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