11 abril, 2012

Ecos

Le doy la espalda al espejo 
y no sé si cuando no lo miro 
me repite al otro lado. 

Ahora que nadie me mira
me repito yo
—una y dos veces mi nombre,
como un eco que regresa—
para no desaparecer.

¿Pero si nadie me escuchara,
a dónde volvería mi nombre
si no al silencio?

Tal vez si le diera la espalda
también a las palabras
dejaría por fin de repetirme
aquí y aquí. Para siempre.
Y aunque alguien me escuchara,
mi nombre sería ya solamente
una oquedad oscura:
un espejo vacío que nadie mira.

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