'Soy un hombre seminstruido', ironiza Borges cada vez que alguien, hechizado por las citas, los nombres propios y las bibliografías extranjeras, lo pone en el pedestal de la autoridad y el conocimiento. Una cierta pedantería aristocrática resuena en la ironía, pero también una pose de poder, el tipo de satisfacción que experimenta un estafador cuando comprueba la eficacia de su estafa. Y la estafa consiste, en este caso, en la prodigiosa ilusión de saber que Borges produce manipulando una cultura que básicamente es ajena. Cultura de enciclopedia (aunque sea la ilustre Británica), esto es: cultura resumida y faeneada, cultura del resumen, la referencia y el ahorro, cultura de la parte (la entrada de la enciclopedia) por el todo (la masa inmensa de información que la entrada condensa). En más de un sentido, por sofisticadas que suenen en su boca las lenguas, los autores y las ideas forasteras, Borges —la cultura de Borges— se mueve siempre con comodidad dentro de los límites del concepto Reader's Digest de la cultura. Borges no deja de evocar, cuando rememora sus primeras lecturas, los deleites que le deparaba la undécima edición de la Enciclopaedia Britannica. Sin duda las prosas de Macaulay o la de De Quincey —dos de los ilustres contributors que hicieron de esa edición única, histórica— tuvieron mucho que ver con ese deslumbramiento de infancia. Pero si la Britannica es el modelo de la erudición borgeana, es porque lo que Borges aprende allí, de una vez y para siempre, no son tanto los lujos de una escritura noble como los secretos para operar en una doble frecuencia simultánea: en el 'estilo' y en la reproducción, en la alta literatura y el proyecto divulgador, popularizador, que encierra toda enciclopedia...
Alan Pauls, El factor Borges.
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